11.5.06

Sci-Fi



















Hay páginas web que te ofrecen la contraseña y el nombre de usuario para poder acceder por la cara a páginas de pago. Es una sensación alucinante, como colarte en un sitio sin hacer cola y sin que el portero se dé cuenta (como me pasó en una fiesta En Plan Travesti, que no pagué los 12 euros de rigor), o como cuando te devuelven dinero de más en una tienda y tú te callas como una puta. Te pones a investigarla todo ilusionado y a las 2 o 3 horas ya te has visto toda la página web al completo, ahí es cuando pierdes todo el interés y te desinflas como un globo. Página desechada.

Creo que eso es lo que le pasa a mi jefe en su vida: es como una página web de pago a la que ha conseguido entrar por el morro, y lo tiene todo tan al alcance de su mano que en un instante ya no le queda nada más por hacer.

Ayer me tocó ir a la casa que tiene en la playa para archivar parte de lo que tiene allí. El término casa no sé si funciona en este caso. Me apetece más decir residencia de verano: las tres últimas plantas com-ple-tas de un edificio a-lu-ci-nan-te-men-te grande. Lo que yo vi ayer no lo he visto ni siquiera en las películas de ciencia ficción. Es una casa inteligente, con un sistema que cuesta 100 millones de las antiguas pesetas. Lo mejor es que cada determinado tiempo, unos ambientadores situados estratégicamente perfuman cada estancia con un agradable y suave olor a canela (en los aseos ocurre ésto mismo cada vez que abres o cierras la puerta). Es una de esas casas con cuartos de baño como los que hay en las discotecas de diseño. El que yo vi era todo en rojo y negro, precioso. Las luces se iluminan según vas acercándote y donde yo estaba archivando libros, cada vez que se escondía un poco el sol, el foco que tenía sobre mí se volvía más potente... ¿para qué seguir? Estaba rodeado de varios (feísimos) cuadros de Tàpies y, mi favorito, una vaca roja enoooooorme de Antonio de Felipe. Estamos hablando de una persona a la que el museo Guggenheim le ha pedido prestadas sus (horrorosas) esculturas de Chillida para completar una exposición sobre el autor. Estoy hablando de una persona que, si quisiera, podría comprarse una isla y empapelarla de naranja, y que ni siquiera así aparece en la lista de los hombres más ricos y poderosos de España, por lo que entonces me da miedo pensar lo que podrían comprar los que sí aparecen. En semejante casa también me gustarían a mí los veranos.

A lo que íbamos: tanto poderío no sirve de nada, porque a esa casa van muy de uvas a peras, pero muy mucho de uvas a peras. El gimnasio, catalogado como mejor que cualquier gimnasio que haya en la ciudad, no se usa, al igual que las tres saunas o el jardín chino de la última terraza. Su estatus, al que ninguno de nosotros podríamos llegar jamás de los jamases, le permite adquirir al instante lo que quiere. ¿Qué pasa con ésto? Todos lo sabemos: no se aprecia su valor. Es como la página web de la que has obtenido sin esfuerzo los datos necesarios para acceder a ella sin pagar un duro. Así es la vida de esta gente y, sobre todo, de quienes le rodean.

¿Alguien la querría? Yo, al igual que otras, por supuesto que SÍ, a ver qué os pensábais...

Y para sci-fi de la buena, visitad Proceso Estático y podréis verme de expedición en la Luna.