23.5.06

Especímenes





















No hace mucho conocí a una persona que a las pocas semanas ya me estaba exigiendo que le mandara mensajes, que me preocupara cuando estuviera mal o que le devolviera las llamadas. Yo me sentí muy incómodo y un tanto absurdo porque no consiento que nadie me obligue a hacer el tipo de cosas que salen de modo natural, y mucho menos alguien a quien no hace ni un mes que he conocido. No soporto que la gente se tome ciertas confianzas conmigo sin apenas conocerme, y éste era de esos que a los dos días ya te está diciendo que eres su mejor amigo y que te quiere mucho. Pero él no pensaba únicamente en una hipotética amistad; quería una relación. A mí no me gustaba, por mucho que se pareciera a cierta y bella estrella del celuloide, y además no era de mi ciudad, y si lo he pasado relativamente mal teniendo una relación con alguien que vivía a veinticinco minutos en coche de mí, pues peor aún si salgo con alguien que vive a cuatro o cinco horas en tren. No. Y además es imposible. Consideraba que sus problemas eran más grandes que los de los demás, mientras que los de los demás (¿repetitivo yo?) eran, en palabras textuales, "una auténtica gilipollez, un sinsentido".

Por San Valentín llegaron mensajes de felicitación ante mi masivo estupor, las llamadas se producían constantemente. Apagaba el móvil y al encenderlo tenía varias llamadas perdidas y algún que otro sms. Yo empecé a cansarme de semejante control y de tantas tonterías y dramatismos, porque este chico era experto en hacerte sentir culpable de su malestar (de repente se ponía a llorar y hablaba de un modo apocalíptico que casi daba vergüenza ajena), y también gusta(ba) de contarle al mundo entero sus sentimientos y estados de ánimo con todo lujo de detalles, y para mí la discreción es una virtud. "No tengo por qué aguantar ésto", me repetía a mí mismo. Y como no tenía ninguna necesidad de aguantarlo, me quité de enmedio.

Meses antes de esta historia, precisamente el verano pasado, que estaba yo todo mono con mi bronceado y mi corte blanco del bañador, conocí a otro personaje aún "mejor". Este chico en cuestión había participado en un reality televisivo de grandísima tirada y consiguió sus 5 minutos de gloria, pero nada más. Él pensaba que seguía siendo reconocido por la calle, en los bares, en las tiendas... pero no era así. Me dio pena. Me recordó a la película "El crepúsculo de los dioses", que narra la historia de una actriz, grande en su tiempo, que un día decide retirarse y cuando planea volver nadie quiere trabajar con ella, amén de que la mayoría ni siquiera la recuerda. Ella se pasa todo el rato pensando que la gente jamás le perdonó que se retirara de la escena pública y al descubrir que ha caído en el olvido se vuelve loca. Lo de este chico no era tan grave, pero sí es cierto que seguía pensando que la gente le adoraba. Y ni siquiera le miraban. El caso es que fue él quien se acercó a mí y me invitó a uno de mis cócteles favoritos del verano (batida de coco con piña y mucho hielo). Me sentía como en un capítulo de "Sexo en Nueva York", porque encima no faltaron halagos y piropos por su parte... evidentemente lo que quería era llevarme a la cama, ni más ni menos, y además lo hizo de un modo directo. Lo volvió a intentar noches más tarde, pero volvió a recibir la misma negativa. Pensaba que por ser quien era tendría todas las puertas abiertas. No le di ni siquiera un beso. No me gustaba nada en absoluto.

Es verdad eso que dicen que es fácil conseguir besar a alguien, acostarte con alguien o salir con alguien. Sí, lo corroboro. Siempre y cuando no tengas escrúpulos y no te importe hacerlo con el primero que llegue, sea como sea y quien sea. Yo no soy una persona extremadamente exigente, no es difícil que alguien me guste porque no me siento atraído por los supermodelos o similares, pero siempre he tenido bastante claro que no voy a hacer nada, sólo por el hecho de hacerlo, con gente que no me atrae nada. No es mi estilo.

Y por cierto, no os molestéis en preguntarme quién era tal famoso porque no lo voy a decir ;)