Ayer me adentré en un submundo de lo más divertido e ilegal en compañía de mi sobrina, su novio y el hermano pequeño del Sr. Skyzos. Un almacén clandestino ubicado en plena huerta murciana, entre limoneros y perros de todas las razas imaginables, y también de las que aún están por inventar.
En su interior, decenas de cajas repletas de ropa, zapatos y complementos varios de dudosa procedencia eran rebuscadas por personas de todas las edades y estratos sociales: desde la maruja ordinaria de la esquina (con su chándal de Bershka, deportivas con glitter y joyas de nochevieja) hasta la señorona pija con un look súper casual chic de pañuelo rollo Hermès al cuello, pitillos y chaqueta de esmoquin, llegando allí ni más ni menos que en un Mercedes Benz, pasando por niñatos peliteñidos con chándals de corte bakala y pendientazos de falsos diamantes a lo David Beckham. La sugestión de lo que te rodea es tal, que veas lo que veas, aunque sea auténtico, lo pones muy en duda. Aunque se trate de la señora del Mercedes. ¿Lo más gracioso? La peregrinación al lugar de gente procedente de pueblos que están, como poco, a 30 minutos en coche de distancia.
Deportivas Puma y Nike. Zapatos casualwear Dolce & Gabbana y Dirk Bikkembergs. Slips Calvin Klein y D&G. Polos Lacoste. Camisas La Martina, Ralph Lauren y Loewe. Trajes Giorgio Armani y Hugo Boss. Jeans Levi's, Dolce & Gabbana y Victoria Beckham para Rock & Republic. Y así un largo etcétera. ¿Lo más caro? 30 euros. Tal vez algunas cosas sí que fuesen auténticas, de hecho confirmo que algunas lo eran (como los vaqueros de Victoria Beckham o los zapatos de D&G y Bikkembergs), pero encontrarse unos vaqueros de Giorgio Armani en cuya etiqueta ponga Made in Portugal, o unos Puma en los que la cabeza del felino más bien parece la de un plantígrado, ¡pues deja mucho que desear, señores! Todo desprendía un tufo a cutre baratillo, a mercadillo del extrarradio y, peor aún, a falsificaciones. Y creo que no hay cosa más hortera y patética que comprar falsificaciones e ir por la vida como si fueran auténticas. Por muy fidedignas que sean, yo no las quiero, porque la gracia está en comprar los originales a precios de risa. Pero bueno, ya sabemos todos lo devaluadas que están ahora las marcas desde que se venden a 10 o 20 euros en cualquier puesto ambulante. Comprarse en la actualidad una camiseta de D&G de 80 euros y que el logotipo quede bien a la vista es un completo desprestigio.
Yo querría ser como la chica del departamento laboral de mi empresa (ver ilustración). Tan sonriente y relajada en cada momento, tan simpática y graciosa. Será porque sólo trabaja las mañanas de los martes y los jueves a cambio de 2.000 euros al mes, ¿no? El caso es que ella sí que sabe de prestigios y elegancias varias y lleva las marcas por dentro (en las etiquetas, me refiero). ¡Y menudas marcas! Sorprendido me quedo cada vez que me cruzo con ella.
Total, que por supuesto no compré nada en el dichoso almacén, pero la experiencia fue la mar de entretenida. Además, que encontrándonos en plena huerta, la suegra de mi sobrina le pidió que cogiera unas cuantas hojas de limonero para hacer paparajotes (un clásico postre murciano), y para una bien grandota que logré alcanzar, me pinché con una enorme espina que me dejó sangrando absurda y ridículamente. Mi sobrina me dijo "¡¡¡Hijoooo, eres la Bella Durmiente, para una espina que había, vas y te la clavas!!!", así que cuando llegué a mi casa me puse el dvd de Disney en mi honor...... y en el de la santa madre de mi sobrina, que viene a ser mi hermana.