La sensación de después de Navidad, para mí, siempre se resume en un sonoro ploff, máxime cuando en estas fechas hago toda la vida social que no llevo a cabo el resto del año. Han sido unas buenas navidades, de no parar en casa y de acabar más que harto de tanto andar, comprar, comer, beber y fumar. Ahora toca meter los excesos en el armario para sacarlos dentro de un año, si Dios quiere.
Nochevieja fue sencillamente prescindible, justo hasta el momento en el que nos fuimos a los bares. Prometo no volver a hacerlo, al menos en una ciudad en la que la oferta de ocio es tan... tan. El día 1 de enero, por otra parte, siempre me ha parecido el más deprimente del mundo, con esas calles vacías a cualquier hora, ni un solo coche, ni un alma, todo cerrado, todo el mundo durmiendo la mona. Como cuando Carmen Maura pasea sola por una calle de Madrid al amanecer en "Mujeres al borde...". La misma sensación tengo cuando llega el día 6, más que nada porque todo acaba.
Y mientras todo el mundo va de un lado para otro con el corazón en la boca para comprar los regalos de sus allegados, yo me encuentro con ninguna sorpresa at all. Frases como "Te doy dinero y te compras lo que quieras" o "¿Te has comprado estas pelis? Pues yo te doy el dinero y ya está, regalo hecho" son un auténtico must de estas fechas o cualquier otra (léase, santos o cumpleaños). Mi hermana me dijo que ya estaba harta de tener que recurrir siempre a lo mismo, que la próxima vez hiciera una lista con las cosas que quería tener y que ella y el resto del mundo elegirían de la misma qué cosas regalarme. Será cuestión de hacerla, ¿no? Siempre digo que los regalos me dan lo mismo, y que el hecho de recaudar dinero entre padres, hermana y tíos es muy práctico, pero en el fondo me gustaría tener alguna sorpresa de vez en cuando. Claro, que no hablo por mi novio o algunos de mis amigos, ya que lo que ellos me regalan siempre es una sorpresa, estaría bueno. De todas maneras el acto de regalar no es tarea fácil. Hay que conocer muy bien a la persona y ser, cuanto menos, atento e inteligente para saber qué es lo que más ilusión le haría, y por supuesto no comprar algo que el otro sepa lo que cuesta, porque gastarme 12 euros en alguien que luego me obsequia con algo por valor de 5 me toca nada más y nada menos que las narices. Hay que huír asimismo de regalar por regalar, porque eso se nota mucho cuando se lleva a cabo. La verdad, ¡no creo que sea tan difícil dar sorpresas! Con lo que yo me lo curro, que siempre acierto con todos, y luego a mí me compran lo primero que se les pasa por la cabeza, ¡qué rabia me da!. Por eso tengo suerte de que Gunillo sea como yo, de que cuide mucho los detalles, porque si hay algo que me fastidia sobremanera es la gente que no lo hace. Me ha hecho los mejores regalos-sorpresa que podía imaginar. ¡Él sí que sabe!. Y bueno, de todas maneras, debido a mi situación de desempleo actual, este año habrá despedida y cierre en el tema cumpleaños. Avisados estáis, que no está el horno para bollos.
Tengo unas ganas terribles de estar en Madrid. Ya me queda poco para pisar sus calles, qué ganas. El hecho de que algunas personas en lugar de apoyar mi posible y futuro desembarco en la capital del Reino hagan justo lo contrario no hace otra cosa salvo provocarme más ganas de irme allí y probar suerte/cambiar de aires/aprender a valerme por mí mismo. Eso sí, con una nostalgia tremenda de mi familia... ¡Ay, pero si aún no te has ido, hijo!
Por suerte, para sobrellevar todo ésto, tengo a la genial Ladyhawke. Nadie como ella para traer al presente la diversión, esencia y estética de mis añorados 80. Atentos a las camisetas del vídeo en el que rinde tributo a las pelis de terror de aquella década. Las quiero todas.