26.8.08

Los diarios veraniegos XVI

Frankfurt es la gran sorpresa alemana, la desconocida por antonomasia. Uno viaja allí mientras el resto del mundo se congrega en las mismas y famosas ciudades, como Berlín, Londres o París. Frankfurt es una ciudad tranquila, agradable, de gente amabilísima y lugares muy bonitos. No es tan monumental e impresionante como Praga; es otra cosa distinta. Más ciudad, más urbana, pero a la misma vez con un toque antiguo. La mezcla entre ésto y lo moderno es llamativa. Su zona financiera, plagada de imponentes rascacielos, es conocida como Mainhattan. Allí, la gente conduce Mercedes Benz, BMW y Audi (descapotables la mayoría de veces) como quien en España lleva un C3, ah, y quien no lleva un coche, pedalea en una bici, de hecho se le suele dar más prioridad a un ciclista que a un peatón.

Las adolescentes portan bolsas de Chanel, Gucci, Longchamp o Prada como si de Zara o Bershka se tratase, y todo el mundo es elegantísimo, como de pasarela. Sorprendentemente, apenas hay rubios/as; predomina la gente morena y, sobre todo, los de procedencia asiática. Hay una gran conexión entre Alemania y países como Japón, Tailandia, Corea, etc. En sus calles, es perfectamente normal encontrar más restaurantes asiáticos que alemanes, y nosotros llegamos a visitar un jardín chino y otro coreano, claro, que también estuvimos en un fabuloso jardín inglés y en otro bizantino. "Esto sí es auténtica multiculturalidad, no como en Lavapiés", sentenció Gunillo... y es cierto, allí los blancos estaban casados con negros, moros, asiáticos... y viceversa, y todos hablaban alemán a la perfección.

Las famosas salchichas de Frankfurt están extremadamente ricas, nada que ver con lo que hay por aquí, y la cerveza, al igual que en Chequia, suele servirse en jarras enormes por las que en algunas ocasiones has de pagar al camarero una fianza que se te reembolsa una vez has terminado de beber. Más cosas... el tabaco, carísimo: 3,70€ se pagaba por un paquete de L&M de 17 cigarrillos. Hicimos las paces con el Starbucks y ahora somos fans del Vanilla Latte y las magdalenas de arándanos, mmmh. También probamos la comida tailandesa, que estaba muy buena, pero en fin, toda la comida oriental está cortada por el mismo patrón y no es que sorprenda mucho. Son habituales las tiendas de decoración navideña, auténticas maravillas, y descubrí el juguete/souvenir estrella, como es habitual en mí: los cascanueces. Las tiendas cierran súper pronto, por cierto, y no localizamos ninguna zona clave para salir de marcha.

El Palmengarten, o jardín botánico, es una auténtica pasada. El de Madrid, comparado con éste, no es más que un trozo de tierra con cuatro semillas plantadas. Para cambiar un poco fuimos de excursión a una preciosa ciudad llamada Heidelberg, famosa por su universidad (este destino sí que estaba más lleno de turistas). Lo cierto es que, para concluír esta mini crónica, debo reconocer que Frankfurt fue, al principio, una ciudad bastante caótica en cuanto a transporte público, o mejor dicho, en cuanto a saber qué billete tenías que comprar en aquellas máquinas tan antiguas y complicadísimas. Comprobamos in situ que frases tan manidas como "la efectividad alemana" o "los alemanes son cuadriculados y meticulosos" no eran más que una leyenda urbana y que algunas cosas dejaban mucho que desear. Aún así, es una ciudad maravillosa a la que no me importaría volver algún día. De hecho, lo espero.

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Y al llegar a Madrid, Marsónico se dio un súper homenaje que le dejó tiritando la cuenta corriente...

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