Nenes y nenas, Marsónico ha vuelto, más prolífico que de costumbre, y será mejor que os aprovechéis de la oferta especial y limitada porque yo me conozco y seguro que dentro de poco me tocará una época de vacas flacas o falta de inspiración para actualizar tan a menudo. De momento os notifico que la segunda parte de mis memes pendientes no se llevará a cabo por una cuestión bastante simple: no puedo hacer un alfabeto musical y colocar en cada letra todos los artistas que me gustan porque me temo que a la hora de publicarlo me llevaría una semana entera… soy una persona demasiado mitómana y no puedo hacer algo así, ¡lo siento Gatchan! Supongo que un par de fotos más con alguna sonrisa impagable servirán como disculpas por no haberte devuelto el meme irresuelto. Y por cierto, que estoy trabajando en mi futura web donde ofreceré miles de servicios (ninguno de ellos sexual, os aviso). Más información, aquí.
Aparte de todo esto, hoy estoy aquí para narrar mis peripecias en algo tan aparentemente sencillo como salir de compras y que acabe convirtiéndose en un pequeño catálogo de estulticias. Yo soy súper consumista, por eso me viene tan de perlas este trabajillo extra de profesor particular que me salió hará cosa de tres meses, aunque lo malo del asunto es que las clases las doy justo en la zona peligrosa de Murcia: Gran Vía y alrededores, o lo que es lo mismo, el epicentro de Inditex. A veces nada más salir de dar una clase y de haber depositado mi sabiduría en casas ajenas me planto en las tiendas y me compro alguna cosita. El otro día sin ir más lejos, dispuestísimo que iba yo a comprarme el jodido iPod y me suelta la dependienta del Corte Inglés –riéndose en mi cara- que están agotados y que Apple no les ha notificado nada acerca de una nueva remesa, que me pase en Febrero… pues lo que hice fue pasarme, pero por Zara, y adquirir un montón de prendas para apaciguar mi cabreo. Modernas tocapelotas… ¡ahora nos ha dado a todos por el iPod! La otra mañana, por cierto, en Pull & Bear, me estoy probando unos baggy jeans en esos enooormes probadores que nos han puesto nuevos y de repente empieza sonar el “Do you want to” de Franz Ferdinand, ¡qué subidón! Sé que la mitad de los que me leéis odiáis a este grupo, pero chicos, lo siento pero a mí me encantan, y desde que he descubierto que uno de ellos tiene un culo de alucine, pues como que me gustan más (…). Bueno, pues nada, que allí estaba yo, cantando y bailando comedidamente mientras me probaba los vaqueros, y al mismo tiempo alucinando por el hilo musical ya que por norma general y por Norma Duval allí siempre suelen poner música house o lounge. Pero bueno, el probador era lo bastante grande como para llevar a cabo semejante performance, porque, en serio, qué gusto da probarse la ropa así, y no en esas cajas de cerillas de Bershka que, como diría la genial Elvira refiriéndose al tamaño, “parecen de ciencia ficción” (sic). Compré los vaqueros. Pues llegué a casa, me los volví a probar y lo único que pude articular fue algo parecido a un “¡¿Peroquéputamierdadevaquerosmehecompradoyoooo?!”. Los espejos de las tiendas están trucados, ya no hay duda, y si encima te pruebas algo cuando ponen una canción que te gusta tanto lo más seguro es que al estar tan subyugado encuentres la prenda en cuestión tan perfecta que acabes comprándola. Craso error… procurad ir a las tiendas con tapones en los oídos.
Luego estuve por Bershka, buscando una maldita camiseta de la nueva colección que me ha costado por lo pronto tener que estar yendo durante dos semanas ininterrumpidas para ver si había llegado al fin mi talla. Pues nada, que tampoco había llegado esta vez, y el caso es que me parece que es la camiseta más gay que han recibido en toda la historia de dicha tienda, razón por la que esté agotada. Vamos, que ni el iPod o las Converse. Me cabreé tanto que me compré otra distinta… y también robé otra. Sí, lo que leéis, robé otra porque no llevaba alarma y porque después de toooooodo el dineral que me he dejado en esa tienda, y ante la imposibilidad de que ellos satisfagan al cliente VIP por antonomasia con algún detallito, decidí autorregalármela yo, ¡hombre ya! El caso es que estando allí, antes del hurto y de la compra –porque yo soy un buen chico y para no quedar mal del todo pues pago algo- noto que alguien me toca en el hombro y escucho una voz masculina. En esta ciudad, queridos amigos todos, cuando alguien te hace eso no puedes evitar ponerte a temblar, porque normalmente se tratará de esa persona a la que no esperas o no quieres ver. Murcia es la ciudad maqueta por excelencia. Pues afortunadamente era un chico desconocido, preguntándome dónde me había comprado mis chapas. Otro chico que también ojeaba la ropa se nos quedó mirando con cara de… de no sé, no se me ocurre ninguna cara, o a lo mejor es que entendió que cuánto cobraba yo por las chapas (vamos, por ser chapero, coño). El caso es que yo pensé para mis adentros: “¿Ves?, muchas veces vas por la calle, ves a alguien que lleva algo que te gusta mucho y nunca te atreves a preguntarle dónde lo ha comprado, y este chico se ha atrevido a hacerlo conmigo”, y acto seguido le conté de dónde procedían. Y va y me suelta “Es que las colecciono”, y me muestra su mano derecha a modo de bandeja sujetando al menos 20 chapitas, colocadas de tal modo que podía verlas todas… ¡¿cómo coño se saca uno la mano del bolsillo con cerca de 20 chapitas dispuestas a lo largo y ancho, como en plan expositor?! ¡¿Llevándolas clavadas?! ¡¿Pegándolas en la palma con Superglue?! Me quedé muerto, por supuesto. Era como si fueran un apéndice más de su cuerpo, como unas ventosas… Pues cogí y me fui de Bershka. Yo no tenía por qué aguantar esas rarezas… Por otra parte, me gustaría que alguna vez al girarme me encontrase a alguien tipo este y que la frase que saliera de sus labios fuera “¿Te apetece tomar café conmigo durante el resto de tu vida?”.
A los pocos días quedé con mi amiga F y la acompañé a ver vestidos para una boda que tiene este mes y pudimos sentirnos como Julia Roberts en “Pretty Woman”, cuando entra a aquella tienda de súper lujo y no quieren atenderla. Fue en un establecimiento de la zona más pija de tiendas de Murcia. Un establecimiento con ropa de Versace, Escada y no recuerdo más. A F le encantó el vestido que había en el escaparate, y que por muy de diseño que fuese sólo costaba 240 euros. Estando allí, con la dependienta informándonos del precio y tal, entraron dos mujeres que debían ser habituales en la tienda, porque el empujón que nos dio la empleada, en plan “¡Ay, quitaos de mi vista, vosotros no pegáis nada en esta tienda!” lo dijo prácticamente todo. Y nosotros, muy dignos, nos largamos ipso facto. F pensaba comprar ese vestido. Luego estuvimos en una tienda donde vendían ropa de Fornarina. Demasiado sport. Luego acabamos en una boutique de hombre donde yo estuve a punto de adquirir unos botines negros de Versus y unas zapas divinas de D&G, pero el próximo viaje a Granada que me espera me recordó que debía guardarme el dinero. Lástima… porque los liquidaban por reformas del local. Después estuvimos en otra tienda con ropa de Givenchy, Dolce & Gabbana, Miu Miu, y aquí fue donde F me comentó, como si no fuera con ella la cosa, que sus cremas eran de Givenchy. No nos gustó absolutamente nada de lo que tenían, salvo los bolsos de Miu Miu (¡Mara Jade, divinos!). De ahí pasamos por otra con ropa de Versus (ho-rro-ro-sa) y Amaya Arzuaga, que fue lo único de toda la tarde que me gustó, y además un montón, con la manía que le tengo yo a esta señora. TOTAL… que tras una estrambótica vuelta por el sucedáneo murciano de Rodeo Drive, la 5ª Avenida y la madrileña calle Serrano, llegamos a otra de nuestras conclusiones: ¡¡¡¿qué narices hacíamos F y yo en semejantes boutiques de súper lujo?!!! Lo mejor de todo es que finalmente, F acabó adquiriendo un magnífico vestido en Etxart & Panno. Ahí es nada.