Madrid no es la ciudad moderna, abierta, liberal y cosmopolita que pintan tantas publicaciones y programas de televisión. Madrid también tiene su parte antigay, y siento tener que decirlo yo, que tanto me gusta dicha ciudad (una cosa no quita la otra).
Ya hemos perdido la cuenta de las veces que, paseando por Gran Vía y otras calles de distintos barrios, la gente se ha parado en seco y se ha girado para contemplar que, efectivamente, éramos dos varones cogidos de la mano o de la cintura. Y cuando digo gente no me refiero únicamente a matrimonios mayores, que tienen a escandalizarse más, sino también a parejitas jóvenes y a amas de casa cuarentonas.
Jamás he entendido, a la par que me ha parecido súper absurdo, eso de insultar públicamente y a voz en grito a gente que va por la calle y que tú no conoces. Me refiero a eso de estar tan tranquilo por ahí, solo o en compañía de otros, y escuchar de repente "¡¡¡maricón!!!". ¿Qué coño es eso? ¿Acaso estáis descubriendo algo nuevo, malnacidos? Es que es como si cada vez que te cruzaras con un chino, le gritaras en la cara "¡¡¡chino!!!". Vamos, como si él no lo supiera, hijos... Lo dicho, absurdo y fuera de lugar.
La última incursión en el tema homófobo la experimentamos el viernes a la salida del Ocho y Medio, cuando una pandillita de jóvenes sudamericanos, sentados en un portal, nos gritaron con voz aniñadísima "¡¡¡maricas!!!". Me hace gracia que la gente que viene de fuera y que no está en su país, se exponga a ciertos riesgos o se tome licencias que no les pertenecen, amén de no respetar nuestas costumbres y bla, bla, bla. Y es ahora cuando recuerdo el ataque verbal que propiciaron dos jodidos rumanos a varias personas que nos encontrábamos en un vagón del Metro de Madrid, haciendo especial hincapié en los "jodidos maricones de mierda, hijos de puta" (sic) que se subieron en la parada de Chueca. Por esta y por otras razones que nunca he enumerado públicamente, y que ahora tampoco voy a hacer, no me gustan los inmigrantes, buenos o malos, blancos o negros, procedentes de X o de W; sería fabuloso que se quedaran en sus países, al menos todos aquellos que no vienen en son de paz y que son unos irrespetuosos e impertinentes.
Y es entonces cuando descubres que metiéndote en Chueca y Fuencarral la gente te ignora y puedes hacer lo que te dé la gana. Algo bueno tenía que tener esa zona, a pesar de que siempre voy a verla como un barrio absolutamente sombrío y tremendamente marginal, con calles pintadas, putas en cada esquina, transexuales por aquí y por allá, chaperos expectantes cada tres metros y parejas de hombres en todas partes. Lo siento, pero es que semejante panorama tampoco se me antoja nada idílico, sino todo lo contrario, y meterme allí es enguetarme por completo. Pelín sórdido.
E igual que no me gustan los inmigrantes, tampoco me gusta la gente que insulta en general (a maricones, a putas, a gordos, a calvos, a retrasados mentales, etc), que no deja en paz a nadie, que gustan de hacerse los graciosos delante de sus amiguetes (porque nunca lo hacen cuando van solos). También he perdido la cuenta de las veces que, siendo más joven, he tenido que soportar insultos de gente en plena calle, delante de amigos míos o de, peor aún, mis padres. Así que ya veis lo mucho que mola ser maricón, es que es una cosa que lo flipas, tía... De modo que este post va dedicado a toda la gente heterosexual que tantísimo anhela ser gay en otras vidas, que tan glamourosos nos considera, que siempre tiene un "¡es que los gays me encantáis!" en la boca, y que tanto alucina con este mundo que no se parece en nada a lo que la gente piensa, y si no, que le pregunten a todos los señores mayores que, como no han encontrado pareja en este mundo vicioso, tienen que pasar el resto de sus días confinados en baños de bares o en jardines para poder encontrar alivio. ¿Eso es lo que nos espera a todos? Pfff...
Yo me gusto como soy (como soy yo, no por mi tendencia sexual, porque estar orgulloso de eso te convierte automáticamente en alguien que se reconoce como extraño y distinto), no todo ha sido tan malo en mi vida, os lo digo en serio, pero por lo que he visto y algunas vivencias que he tenido que aguantar, puedo asegurar que jamás entenderé tanta exaltación y celebración, y que en bastantes ocasiones he llegado a pensar que una de las peores cosas que te pueden ocurrir es ser gay. Punto y final.