El universo interior de cada uno -que todos lo tenemos- se va formando año tras año, desde que eres un niño hasta el mismo día en que se te acaba la vida. Todo lo que lo conforma se va forjando dentro de ti antes incluso de que se desarrolle tu conciencia. Mi universo particular está repleto de cosas que me convierten en lo que soy. Todo, absolutamente todo lo que ocurre en tu vida se va a quedar grabado en tu mente con mayor o menor peso, y una especie de mecanismo interior saltará en momentos determinados, dejándote a veces sorprendido al sacar a la luz pensamientos/sentimientos que no recordabas, que en su momento fueron tan ínfimos y diminutos que jamás pensaste que se quedarían dentro de ti. ¡Pues estabas equivocado!
Y ese momento en el que tu presente se conecta con un pasado lejano es todo lo mágico que puede llegar a ser el hecho de traerte a la memoria épocas felices de tu niñez. Y como esto es un post bonito y breve no vamos a entrar en polémicas ni debates sobre quién ha tenido una niñez en condiciones y quién no. La mía, afortunadamente, fue muy feliz. Y si volviera a nacer, no querría ser hijo de un multimillonario, ni un artista plástico famoso, ni tener como residencia una casa de ocho plantas; exigiría estar en el mismo sitio, tener los mismos padres, la misma hermana, los mismos sobrinos, amigos y demás gente de mi entorno. Y tener las mismas vivencias y recuerdos, aunque algunos sean dignos de olvidar o me hagan pasar dos o tres días seguidos de muy mala manera cuando vuelven a mi cabeza.
Yo soy así por todas esas cosas. Me parece que todos somos como luciérnagas, con nuestra luz más o menos potente. La intensidad de ella dependerá de lo mucho que aceptemos todo lo que somos y hemos vivido. De lo mucho que nutramos esas galaxias internas, los espacios infinitos que nos definen y nos convierten en lo que vemos en el espejo. Y en todo lo que no vemos...
Y lo más maravilloso del mundo es cuando encuentras a personas poseedoras de unos universos privados que se asemejan y entrelazan con los tuyos.
Y ese momento en el que tu presente se conecta con un pasado lejano es todo lo mágico que puede llegar a ser el hecho de traerte a la memoria épocas felices de tu niñez. Y como esto es un post bonito y breve no vamos a entrar en polémicas ni debates sobre quién ha tenido una niñez en condiciones y quién no. La mía, afortunadamente, fue muy feliz. Y si volviera a nacer, no querría ser hijo de un multimillonario, ni un artista plástico famoso, ni tener como residencia una casa de ocho plantas; exigiría estar en el mismo sitio, tener los mismos padres, la misma hermana, los mismos sobrinos, amigos y demás gente de mi entorno. Y tener las mismas vivencias y recuerdos, aunque algunos sean dignos de olvidar o me hagan pasar dos o tres días seguidos de muy mala manera cuando vuelven a mi cabeza.
Yo soy así por todas esas cosas. Me parece que todos somos como luciérnagas, con nuestra luz más o menos potente. La intensidad de ella dependerá de lo mucho que aceptemos todo lo que somos y hemos vivido. De lo mucho que nutramos esas galaxias internas, los espacios infinitos que nos definen y nos convierten en lo que vemos en el espejo. Y en todo lo que no vemos...
Y lo más maravilloso del mundo es cuando encuentras a personas poseedoras de unos universos privados que se asemejan y entrelazan con los tuyos.