19.2.08

Maravillas

Ha sido un gran fin de semana. A pesar de llevar ya más de una semana con tiempo gris, húmedo y lóbrego, la luz del sol, aunque fuese metafóricamente, nos tenía que iluminar de una vez por todas.

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Yo, monísimo y estilosísimo bajo la lluvia.

Asistimos mi sobrina y yo el viernes al estreno de ese director californiano que tantísimo me gusta y que ahora arrastra una horda de neo fans prepúberes poseedores de una estética repleta de rayas negras y blancas, chapitas de Jack Skellington y bolsos de Sally o Zero. Congelado por la indiferencia y el desánimo al ver el tráiler meses atrás y comprobar que se trataba de un musical, el viernes cambié de opinión en el mismo momento en que empezaron los títulos de crédito. ¡Qué ambientación más estupenda y tenebrosa del Londres del XIX! Y mira que a mí las películas cantarinas no me gustan nada (salvo unas 3 o 4 excepciones cinematográficas, no tengo yo alma de Broadway o del West End), pero "Sweeney Todd" me dejó entusiasmado y con un inmejorable sabor de boca. Aunque una cosa no quita la otra y hubiese preferido una película sin canciones para no perder detalle mientras se leen los subtítulos.

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Para el afeitado más apurado, el 186 de la calle Fleet.

De sábado a lunes fue cuando mi novio estuvo en mi casita por primera vez tras casi 1 año de relación. Estancia con la que disfrutó todo el mundo y durante la cual él se sintió muy, muy, muy bien cuidado por todos. Yo, por mi parte, descubrí bares nuevos la noche del sábado, destacando la música de Ikono y la estética de Goa, amén de que perdí la cuenta de las veces que leí el ya ridículo término lounge bar/club en las fachadas de los locales de copas y restaurantes a lo largo del periplo gunillesco en Murcia. ¡Buah! A Gunillo, por su parte, lo que más le gustó fue la Plaza de Abastos de Verónicas, la Catedral, la fachada del Casino, el santuario de la Fuensanta (sólo la parte que mira al verde monte, no a una antaño hermosa huerta murciana que ahora está destrozada por tanta cancha de tenis y tanta urbanización, ¡qué coi ya!), el edificio Victoria, un vivero de árboles rarísimos en la carretera de Santa Catalina, la divertida sardina del río y, sobre todo y ante todo la Plaza de Santo Domingo y calles colindantes como Trapería y Platería. A mí me va a durar bastante el buen recuerdo de la comida en Temporáneo, sin duda el restaurante con el menú del día más chic de la ciudad: nouvelle cuisine, buen hilo musical y aspecto de diseño (el local está patrocinado por Hugo Boss, los camareros llevan su ropa y la cuenta te la traen en una funda de gafas de sol de la firma alemana, lo cual nos pareció tremendamente ridículo).

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Goa.

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Plaza de Abastos de Verónicas (izquierda) y fachada del Casino (derecha).

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Mercurio ante la Iglesia de San Bartolomé (izq.) y dos ridículas que posaron para nosotros.

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Santuario de la Fuensanta y nosotros demostrando que estuvimos allí.

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Gunillo en la Catedral.

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La famosa sardina que a mí me gusta.

Nos trajo regalos procedentes de su último destino (Colombia), del que llegó escasas horas antes de subirse al tren que le traería por estos lares. ¡Mirad qué bonitos los míos!

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Parecen alimentos pero no lo son. De izquierda a derecha: jabón-tartaleta, body-splash de vainilla y crema humectante haciendo las veces de tarro de mermelada.

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¡Batidos de mi nuevo ídolo!

Y como broche de oro, nos regalamos el uno al otro el disco de esa señora que sonó en los momentos más inesperados hasta convertirse en nuestra banda sonora.

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La que te cuento...

Epílogo: la verdad es que me he dado cuenta que de un tiempo a esta parte dedico muchas entradas o referencias a mi relación sentimental y/o a mi conexión madrileña, así que antes de que me critiquen por pesadito, lo reconozco yo el primero. Pero, damas caballeros, esto es lo que hay ^_^