21.3.06

Mi nariz


















La gente se acuerda de mí cuando huele a vainilla. Es ya un hecho demostrado y está más que confirmado. Hubo un tiempo, y supongo que sigue habiéndolo, en el que mis amigos olían un perfume de una famosa marca italiana y me relacionaban con él al instante. Son mis olores favoritos, los que llevo según la ocasión, y me encanta que se le ponga mi cara a esos aromas. Son dulzones, y me gusta pensar que así es el recuerdo que guardan sobre mi persona.

En mi vida, los olores son de vital importancia. Yo soy muy dado a los recuerdos, a la nostalgia, y no encuentro mejor billete de vuelta al pasado que un olor, más incluso que una fotografía, al menos en mi caso. A veces me emociono cuando huelo algo y pienso que dentro de muchos años me hará recordar a determinadas personas, como por ejemplo a mi madre haciendo flanes (intenso olor a vainilla y caramelo) o a mi padre tras haberse puesto after-shave. Es la memoria la que respira, y tiende a ser feliz. Proust dijo que una determinada fragancia nos hace evocar la vasta estructura de un recuerdo.

Me gusta el olor corporal de ciertas personas de mi familia, por ejemplo de mis sobrinos, que no precisan de perfumes ni aditivos varios. Me gusta cómo huele mi madre. Me devuelve de inmediato a la infancia. Me siento como en casa.

Café con unas gotas de anís, zumo de naranja, batido de fresa, magnolias, ozono tras la lluvia, alcohol de romero, tierra mojada, jazmín, bizcocho horneándose…

Dicen que los Aries somos muy dados a los olores dulces, casi pesados, y me temo que en mi caso se cumple al 100%. Vainilla, canela, chocolate, frambuesa, coco… me entusiasman. Otra cosa bien distinta es que yo haga referencia a tanta dulzura a nivel personal. Pero eso… eso es otra historia.