De repente se hizo la primavera tras un invierno que parecía no acabar nunca. Un invierno gris y frío, con muchos días de lluvia y aspecto crepuscular. Pero confortable al fin y al cabo, y es que no hay nada como Villa Nininos para sentirse bajo cobijo. Aún así deseaba más que nunca cielos azules, sol brillante y nubes blancas. PRIMAVERA con mayúsculas. Y como la de aquí, ninguna.
Y ahora, en plena Semana Santa, me encuentro en aquella a la que yo llamo La Ciudad de la Luz Maravillosa, mi ciudad, mi tierra, a la que tantísimo echo de menos y a la que tantas ganas tenía de volver.
Aquí me he criado y aquí pertenezco, a pesar de lo bien que me encuentre en mi nueva vida, y sospecho que (conociéndome) si estuviera aquí de forma perenne también echaría en falta los días en Madrid. Me di cuenta el pasado fin de semana mientras paseaba por los alrededores del Palacio Real con mi sobrina y sus amigos. Y es que cuando estaba trabajando aquí, quería estar allí; y ahora me ocurre justo al contrario. ¡Cuánta contradicción!
Pero, como decía antes, esta es mi tierra y estoy muy apegado a ella. Algunos dirán que la he criticado anteriormente, y tampoco es así. Sólo dije que comparándola con Madrid, esta ciudad no tiene tanta escultura o edificio bonito, ni tanta variedad de cosas u oferta cultural, pero lo cierto es que todo eso no es tan necesario aquí. Andamos sobrados de otras cosas, como por ejemplo calidad de vida.
De modo que aquí me encuentro, en la soleada terraza de mi casa, en mi pequeño y tranquilo pueblo, dónde únicamente se escucha a estas horas el sonido de los pájaros mientras la suave y cálida brisa te recuerda con cariño los agradables años vividos. Y tus padres duermen la siesta abajo con la tranquilidad de que tú estás en casa, con ellos, y mientras tanto tus amigos saben que en pocas o muchas horas habrá una cena o unas cañas o unos cigarrillos. O lo que sea.
Ay Murcia, ¡cómo te echo de menos!
Y ahora, en plena Semana Santa, me encuentro en aquella a la que yo llamo La Ciudad de la Luz Maravillosa, mi ciudad, mi tierra, a la que tantísimo echo de menos y a la que tantas ganas tenía de volver.
Aquí me he criado y aquí pertenezco, a pesar de lo bien que me encuentre en mi nueva vida, y sospecho que (conociéndome) si estuviera aquí de forma perenne también echaría en falta los días en Madrid. Me di cuenta el pasado fin de semana mientras paseaba por los alrededores del Palacio Real con mi sobrina y sus amigos. Y es que cuando estaba trabajando aquí, quería estar allí; y ahora me ocurre justo al contrario. ¡Cuánta contradicción!
Pero, como decía antes, esta es mi tierra y estoy muy apegado a ella. Algunos dirán que la he criticado anteriormente, y tampoco es así. Sólo dije que comparándola con Madrid, esta ciudad no tiene tanta escultura o edificio bonito, ni tanta variedad de cosas u oferta cultural, pero lo cierto es que todo eso no es tan necesario aquí. Andamos sobrados de otras cosas, como por ejemplo calidad de vida.
De modo que aquí me encuentro, en la soleada terraza de mi casa, en mi pequeño y tranquilo pueblo, dónde únicamente se escucha a estas horas el sonido de los pájaros mientras la suave y cálida brisa te recuerda con cariño los agradables años vividos. Y tus padres duermen la siesta abajo con la tranquilidad de que tú estás en casa, con ellos, y mientras tanto tus amigos saben que en pocas o muchas horas habrá una cena o unas cañas o unos cigarrillos. O lo que sea.
Ay Murcia, ¡cómo te echo de menos!