No soy un eurofan, nunca he ido más allá de verlo de pequeño rodeado de mi familia, ocasión y festival de los que disfrutaba bastante. Con los años he ido perdiendo el interés, supongo que en parte debido a los representantes que hemos llevado (¡esos latineos, flamenquismos y caribeñismos a lo Bisbal y compañía!), pero tengo que reconocer que el sábado pasado me enganché totalmente a la gala de Moscú, y mira que no pensaba verla, pero es que hacerlo con mi familia es otra historia que me retrotrae de inmediato a aquellos maravillosos años en los que actuaba La Década Prodigiosa o las impagables Azúcar Moreno. ¡Menudas!
Lo que para mí tiene Eurovisión es que, cuando terminas de verlo, lo único que deseas es hacerte un periplo tipo las Bodelón Sisters, pero cambiando Asia por Europa, y recorrerte todos esos países cuyos representantes poco o nada se parecen a los que acaban viniendo a España como inmigrantes (comparadme las rumanas de este año con las que están aquí). Suecia, Dinamarca, Finlandia, Noruega... ¡tiene que ser muy bonita toda esa parte!
De todas las veces que he visto el festival, este año ha sido el que más canciones favoritas he tenido, porque seamos sinceros, el estilo eurovisivo mola bastante, pero gracias a Dios ha mutado en algo más moderno con los años. Únicamente en dos ocasiones ganaron las artistas que más me gustaron: Sertab Erener (Turquía) y Dana International (Israel), inolvidable con aquel bolero de plumas multicolores de Gaultier. ¿Y la gala moscovita? Menudo espectáculo, que hasta los miembros del jurado decían que esto había sido un punto y aparte. Qué escenografía, qué iluminación, qué efectos, qué cabeceras para anunciar a cada país, qué logotipo, qué actuaciones... qué ganas de tener el triple dvd que incluye las semifinales y la gala final, para el recuerdo de la inmejorable y última gala de esta década.
Del politiqueo, el sistema de votación, de nuestro incomprensible e injusto 24º puesto y lo extraño que resulta que TODA Europa esté de acuerdo en la canción ganadora de cada año no voy a hablar (en mi casa en ese momento éramos 6 personas y a cada uno nos gustó una canción diferente, por lo que no me cuadra que todo un continente fuese fan de la misma). Lo que sí diré es que la canción ganadora me encantó antes de que fuese ganadora y que al terminar la gala era la única que recordaba mentalmente...
... que Soraya no me mata y que la canción no me gustaba especialmente (al menos el estribillo), pero que hizo una de las mejores actuaciones (si no la mejor) que ha tenido España en la historia de Eurovisión y que las 4 veces que la repitieron se me seguía erizando la piel. I swear. La próxima vez, por cierto, espero que busquen unas coristas más estilizadas y con mejores vestidos y peinados, porque vaya horteras desfasadas. Pero bueno, que mereció más puntos, que había canciones peores y, por mucho que Gunillo esté en contra, el toque árabe de la canción fue lo que más me gustó. Y la sombra de ojos...
... que Suecia llevó a una graciosa cantante con dotes operísticas que parecía una mezcla entre Estefanía de Mónaco, Donatella Versace y la Diva Plavalaguna de "El 5º elemento"...
... que la mariquita alemana y su actuación de mambo cabaretero fue una de mis favoritas (junto con sus pitillos de lentejuelas), y que lo de llevar a Dita Von Teese fue un puntazo. De hecho hasta esa noche me encantó Dita...
... que la ucraniana y sus pedazo de gladiadores llevaron a cabo la actuación más espectacular...
... y que, para mí, por mucho que me cautivara la canción de Noruega, las auténticas ganadoras fueron estas dos hermanas armenias. Quiero vestirme así algún día o, en su defecto, que me comercialicen una Barbie. ¡Súper fan que me he hecho!
Y para finalizar, un consejo: Alaska, por favor, deja de ponerte esos vestidos y esos tacones, porque con lo primero parecías una morcilla (amén de lo hortera que resulta mezclar encaje, lentejuelas y leopardo), y cuando caminas con lo segundo pareces Robocop. ¡Hija!